Por Andrés Pascual
La simpatía del “fan” de cierto tipo de artista se pone a prueba ante la disyuntiva del “binomio”, o aceptar que, incluso el genio, se pueda identificar como “gran artista-mala persona”; según Ignacio Vidal-Folch, la dificultad para asimilarlo proviene de la “fé religiosa en el arte y en sus clérigos…”
El caso más sonado en el voto contra un artista, aprobado por todo el mundo de su época, fue favorable a Charles De Gaulle cuando se negó a indultar a Roberto Brasillach, acusado de colaborar con los nazis durante la ocupación de Francia. Brasillach, un joven poeta de tendencias inclinadas a “los ismos”, fue condenado a muerte en 1945.
A este autor, según Vidal-Foch, le clasifican como el villano máximo de la literatura y fue el director de la revista Je Suis Partout, la más leída, la mejor hecha, y la más odiada de su época. Dicen que el poeta traidor recibió la notificación de su condena con un gesto de elevado perfil de carácter, al responderle al comisario: “Es un honor…”
Cuando la traición del artista es el voto incondicional por una tiranía capaz de asesinar; cuando un artista es capaz de tergiversar las realidades para promover y ofrecer un arte contaminado; entonces como artista es un fraude y, como persona, un vil instrumento que explota el talento de manera oportunista y que pisotea así los cadáveres sedientos de justicia en pro de sus intereses, útiles para lograr un “modus vivendi” al cual, quizás, no hubiera accedido en situaciones normales de respeto; más que al paisano, al ser humano.
En muchos cubanos funciona el concepto tradicional de decisión ante el “binomio”, al no ser capaces de elegir lo moralmente obligatorio, que sería el rechazo absoluto a algunos artistas que cumplen un papel tan detestable en el asunto nacional, que empequeñecen a estatura enana su clase profesional, si es que la tienen.
Silvio Rodríguez y la Nueva Trova, íntegramente, son figuras repudiables del “pseudoarte” fidelista a través de la música militante, grotesca continuación tropical de aquel experimento creado por Máximo Gorki y José Stalin, “el realismo socialista”, que secuestró la gran literatura rusa del XIX y casi todo el XX en pro de una circunstancia aborrecible como la práctica de la ideología leninista-comunista a través de la imposición de una terrible y tiránica gestión de dictadura criminal, personal o de grupo.
La represión castrista sometió a la niñez y a la juventud a la violación de sus ciclos generacionales más absolutos: ni niños ni jóvenes…directo a una adultez rara, con fundamento en una filosofía neo-esclavista y expresado todo por consignas y lemas; vivido en medio de escaseces impuestas para el control político de la sublevación y castigado hasta con la muerte quien ose, no sublevarse; sino protestar.
Mi generación no pudo vivir la sicodelia, de la que en realidad me interesó solo su música y la ropa y en nada los hippies ni los movimientos de protesta contra la Guerra de Viet-Nam ni los grupos antiamericanos encubiertos en pancartas por la paz ni la Brigada Venceremos ni Angela Davis ni las visitas de Panteras Negras a La Habana…nada de eso; pero The Dave Clark five, The Troggs, The Rolling Stones… sí me interesaban; tal vez le juzgue equivocado, pero siempre he creído que Bob Dylan estaba entre los liberales de izquierda de aquí y nunca lo asimilé; ante la discrepancia creada por el binomio con el cantante de “Like a rolling stone”, opté por la variante de “persona no grata, rechazable” y le dejé a otro tipo de entusiasta que se entretuviera con lo de “creador genial” y lo colocara en calidad de ícono que, a fin de cuentas y por algo será, también lo es de Silvio.
Yo no podía, la verdadera lucha entre el Este y el Oeste, entre civilización y barbarie, entre libertad y esclavismo se desarrollaba en Cuba durante los sesentas y el verdadero genocidio de la inteligencia, de la disposición y del emprendimiento de la juventud se cometió en Cuba: fuimos un experimento diabólico en cuanto al sacrificio de la propia vida y del concepto más absoluto de “decisión personal” y el mundo como si con él no fuera y la ola de promoción de Castro y Ché Guevara por la intelectualidad trasnochada europea, latinoamericana y antiamericana de aquí, apoyando a toda máquina semejante aberración en todas sus variantes.
Con la Nueva Trova, el desgobierno cubano pretendió rellenar el vacío que provocó la censura contra ese ogro diversionista que es “la música hecha bajo cánones de libertad de expresión”.
Un grupo de oportunistas de lenguaje ambivalente a veces, dispuestos a sacrificar su moral en pro del reconocimiento político; algunos talentosos como Silvio y Pablo y en menor grado Noel Nicola y el circuito musical cubano puesto a los pies de estos individuos, para que hicieran lo único que siempre han sabido: pisotearlo. Entonces les regalaron el Festival de Varadero en su segunda etapa para que lo administraran y nadie podía grabar un disco sin el “visto bueno” de estos mequetrefes peligrosos…
Hoy el binomio funciona a la perfección a favor de estos “canta-autores” cuando un cubano le dice, sin ninguna pena, que “no está con Fidel; pero le gusta Silvio” ¡Vaya usted a saber con qué se come eso!
La Nueva Trova no ganó adeptos en Cuba, se la impusieron al joven por medio del proceso “no selección”; es decir, como que no se tenía otra opción de entretenimiento, apostaron al movimiento y a sus perniciosas cabezas.
Para llevar a cabo el plan, suspendieron de radio y televisión a todos los cantantes hispanos de fama y clase que, como en cualquier lugar, estaba pegados; entonces aparecieron acusaciones estúpidas contra unos y fabricadas contra todos, por lo que José Feliciano, Sandro, Julio Iglesias, Camilo Cesto, Los Angeles Negros y todos los grupos de lengua inglesa del pop internacional, fueron proscritos para limpiarle el camino a la Nueva Trova, con la que coparon la programación de objetivo juvenil.
El desgobierno sabía que, solo sin posibilidad de alternativas, un joven universitario cubano, muerto de hambre y sin ningún tipo de derecho civil, se podía disparar a Pablo Milanés, a Silvio Rodríguez o a Sara González reclamando libertades para un uruguayo que podía viajar a cualquier lugar del mundo sí tenía el dinero para hacerlo, mientras ellos ni podían oír la música que les gustaba.
El brujo mayor en este concierto de deslealtades y traiciones a la juventud cubana de toda una época es Silvio Rodríguez, una máquina de componer loas, lemas y compromisos en porcentaje mucho mayor que canciones; un tipo que se comprometió y nunca protestó contra ningún crimen cometido en su país; un tipo que no es verdad que sea poeta, la poesía no puede ser, por concepto lírico, un arma del represor; pero si lo fuera, como a muchos otros allá, un día podría decidir el binomio en su contra, al extremo de que lo sufran como Brasillach.
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